La policía busca un espía en el pueblo. El ladrido de los perros y el mugido de las vacas otorgan falsa normalidad a una mañana histórica para esta aldea de 25 habitantes, cuya población se ha duplicado por la presencia de innegables agentes de paisano. Esos portadores de todo un muestrario de gafas de sol registran la casa del vecino cincuentón que cambió la ciudad por el campo hace tres años. El domicilio del emergente apicultor que, según sus escasas confesiones de bar, vivía bien de una pensión pública. Era reservado, amable y educado. Jamás habló de su pasado, pero todos, desde la panadera hasta el alcalde pedáneo, sabíamos que pasaba información a servicios secretos extranjeros. Creyó que Madriguera era un escondite perfecto, pero olvidó que en los pueblos pequeños nos conocemos todos. Evidentemente, seremos discretos: a los medios de comunicación y a la policía les diremos que no salimos de nuestro asombro.En una época donde triunfa lo audiovisual y el tiempo es un bien escaso, los microrrelatos actualizan la tradición del cuento y ofrecen grandes historias en sólo unos segundos de lectura. En estos tiempos de escasez de tiempo, algunos optamos por la brevedad como forma de expresión, aunque las palabras justas de las historias breves requieran amor desmedido por la concisión.
03 septiembre 2007
Los espías
La policía busca un espía en el pueblo. El ladrido de los perros y el mugido de las vacas otorgan falsa normalidad a una mañana histórica para esta aldea de 25 habitantes, cuya población se ha duplicado por la presencia de innegables agentes de paisano. Esos portadores de todo un muestrario de gafas de sol registran la casa del vecino cincuentón que cambió la ciudad por el campo hace tres años. El domicilio del emergente apicultor que, según sus escasas confesiones de bar, vivía bien de una pensión pública. Era reservado, amable y educado. Jamás habló de su pasado, pero todos, desde la panadera hasta el alcalde pedáneo, sabíamos que pasaba información a servicios secretos extranjeros. Creyó que Madriguera era un escondite perfecto, pero olvidó que en los pueblos pequeños nos conocemos todos. Evidentemente, seremos discretos: a los medios de comunicación y a la policía les diremos que no salimos de nuestro asombro.
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