Allí estaba. Linda. Voluminosa, jugosa y al punto. Tras un breve periodo de contemplación, el cliente encadenó dos potentes mordidas seguidas de un masticado a la desesperada. Su cara de placer vía gula se transformó en un instante. Pasó de la extrañeza a la sorpresa y enseguida vino la mueca de asco. De entre los dientes y la lengua se sacó un enorme pelo humano. Rápidamente se dirigió a la culpable. Sólo tuvo que enseñarle la muestra capilar. La chica enrojeció de inmediato y sintió que le flaqueaban las piernas. Su mundo se desmoronó en aquel instante. Miró de reojo el congelador lleno con 50 kilos de carne picada, recordó la larga historia y supo que podía perderlo todo. Todo por un pelo que no era suyo, sino de la hamburguesa.En una época donde triunfa lo audiovisual y el tiempo es un bien escaso, los microrrelatos actualizan la tradición del cuento y ofrecen grandes historias en sólo unos segundos de lectura. En estos tiempos de escasez de tiempo, algunos optamos por la brevedad como forma de expresión, aunque las palabras justas de las historias breves requieran amor desmedido por la concisión.
28 agosto 2010
Linda
Allí estaba. Linda. Voluminosa, jugosa y al punto. Tras un breve periodo de contemplación, el cliente encadenó dos potentes mordidas seguidas de un masticado a la desesperada. Su cara de placer vía gula se transformó en un instante. Pasó de la extrañeza a la sorpresa y enseguida vino la mueca de asco. De entre los dientes y la lengua se sacó un enorme pelo humano. Rápidamente se dirigió a la culpable. Sólo tuvo que enseñarle la muestra capilar. La chica enrojeció de inmediato y sintió que le flaqueaban las piernas. Su mundo se desmoronó en aquel instante. Miró de reojo el congelador lleno con 50 kilos de carne picada, recordó la larga historia y supo que podía perderlo todo. Todo por un pelo que no era suyo, sino de la hamburguesa.07 agosto 2010
Los siete
Aún no se lo termina de creer; por eso vuelve a pedir el saldo en el cajero automático. Siguen ahí los siete ceros. Las vacaciones perpetuas.