No te gusta tu mujer, no te gusta tu trabajo, no te gusta tu familia, no te gusta tu jefe, no te gustan tus amigos, no te gusta tu casa, no te gusta tu barrio, no te gusta tu coche, no te gusta tu alcalde, no te gusta tu presidente, no te gusta tu país, no te gusta tu tele, no te gusta tu banco, no te gusta tu saldo, no te gusta noviembre, no te gusta tu ropa, no te gusta tu almohada, no te gusta tu cama, no te gusta tu cara, no te gusta tu vida. Te gustaría cambiar de vida, pero más fácil sería cambiar de gustos.En una época donde triunfa lo audiovisual y el tiempo es un bien escaso, los microrrelatos actualizan la tradición del cuento y ofrecen grandes historias en sólo unos segundos de lectura. En estos tiempos de escasez de tiempo, algunos optamos por la brevedad como forma de expresión, aunque las palabras justas de las historias breves requieran amor desmedido por la concisión.
25 noviembre 2011
Cambiar
No te gusta tu mujer, no te gusta tu trabajo, no te gusta tu familia, no te gusta tu jefe, no te gustan tus amigos, no te gusta tu casa, no te gusta tu barrio, no te gusta tu coche, no te gusta tu alcalde, no te gusta tu presidente, no te gusta tu país, no te gusta tu tele, no te gusta tu banco, no te gusta tu saldo, no te gusta noviembre, no te gusta tu ropa, no te gusta tu almohada, no te gusta tu cama, no te gusta tu cara, no te gusta tu vida. Te gustaría cambiar de vida, pero más fácil sería cambiar de gustos.18 noviembre 2011
Demos
Jefe, esto de las dictaduras, los sátrapas y las tiranías ha dejado de ser aceptable. Ha llegado el momento de abrirse un poco al mundo, respetar algunas convenciones y, sobre todo, guardar las apariencias. Tenemos que decir que respetamos ciertos derechos fundamentales. Hay que dar más libertad a nuestra prensa. Permitir algunas manifestaciones. Y no me mire así, que no le estoy pidiendo una democracia. Solo disimulemos y demos a la gente la posibilidad de votar cada cuatro años.11 noviembre 2011
Visitantes
De niño me atemorizaron con los visitantes. Mi madre y mi abuela siempre reservaban un rato para rebuscar entre mis ideas a aquellos enigmáticos seres. La rutina solo se alargaba si a mí se me ocurría rascarme en demasía la sesera. Entonces el escrutinio se volvía aburrido e interminable. De aquellos ratos inmovilizado, estimulado por un incesante masaje capilar, aprendí un axioma cinegético: cuesta menos cazar una liebre que una liendre.