No soy un amargado, pero cuando me levanto con la pata izquierda lo mejor es olvidarme hasta el día siguiente. Son mis días tontos. Veinticuatro horas perdidas desde que el despertador suena hasta que mi mala leche se hunde de nuevo en la almohada. He intentado sobreponerme a esta oscura manía, pero me resulta imposible. Es superior a mí. Y hoy es uno de esos días. El termo tardó en calentar, hacía un frío horrible y pillé otra cola espectacular en la autopista. Rocé el coche al aparcar y me pasé la mañana sudando a mares. Buscando la toallita para limpiarme las gafas empañadas encontré un boleto de la ONCE. Era de la semana pasada. Fuera de la oficina hay un ciego muy pesado que se pasa la vida prometiendo fortuna. Le pregunto si el 78.609 del día 18 tiene algo. Al tío se le cambia la cara, sonríe y me dice gritando: ¡Tiene 30 mil euros! ¡Está premiado! Entonces invade mi espacio vital, me abraza y me besa. Le quito el boleto, le aparto de un empujón y le digo:
–Las manos quietas, hijo de puta, que tú a mí no me conoces de nada.
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