Cada vez que cometo un error importante recuerdo la mano enorme de mi padre. Intento hacer desaparecer la cabeza entre los hombros y me siento muy pequeño, como entonces. Cada vez que cometo un error grave recuerdo la mano de mi padre. La que me daba. La que me daba para decirme: "Venga, hijo, que no pasa nada".
10 septiembre 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
22 comentarios:
Esa mano protectora (o no).
Uy, creí que tomarías un rumbo más cruel con lo de la mano... Pero me gustas más que hayas optado por el lado positivo :)
Me engañaste...
La mano y la palabra protectora de alguien que nos ha amado mucho, permanece en nosotros cada vez que la necesitamos, aunque ese alguien ya no esté.
Beso enorme
SIL
Buen engaño al lector.
Me gustó.
Creo que le sobran las 2 últimas líneas, la primera vez que se lee "la que me daba" se entiende el giro y resulta una grata sorpresa.
Muy bien Raúl.
Qué bonita mano
Besicos
Me emocionó este relato.
Centrifugado, en este caso protectora, aunque en otros...
Me alegro Acuática de que el giro positivo haya sido del agrado de varios lectores. A veces hay que ser optimistas en medio de tanta negritud.
Sil, los buenos recuerdos nunca mueren, ¿verdad?
Daniel, nunca sé si logro engañar al lector hasta que alguien me lo dice. Gracias.
Baizabal, no sé si es una diferencia del español hablado aquí y allá, pero "la que me daba" podría interpretarse también como la que me daba una torta... por eso la última frase aclaratoria.
Emocionar es lo mejor que se puede hacer con un puñado de palabras. Gracias Belén, gracias Nieves.
La mejor mano... recuerdo la de mi padre... venía acompañada de un abrazo......
Todo parecía que iba a acabar peor y al final, en esta ocasión, esa mano enorme, era una mano de cariño y protección. Ojalá no hubiera otra.
Un saludo indio
Que pena que algunos recordemos esa mano de otra forma.
Saludos
Más allá de experiencias personales positivas o negativas, me gustaría pensar que la mano de un padre es mayoritariamente protectora, comprensiva y repartidora de caricias.
Ojalá.
Hola Raúl: pues a míM que me considera perro viejo, también me has engañado... Me llamo Juan Yanes y tengo también un blog de microrrelatos y fotos. Ahora vuelvo a montar la Máquina de coser palabra... ¿Por qué no nos vemos un día y nos tomamos una birra en la Plaza del Príncipe, debemos ser los dos unicos microcuentistas que hay en el Chicharro? Un saludo afectuoso, JUAN
Me ha encantado.
Un beso que no tiene manos
Un beso que no tiene manos... muy buena frase Odile... se merece un microrrelato.
¡Juan! No sabes qué alegría me das... por fin conozco algún microrrelatista cercano geográficamente. Desde que Daniel Sánchez dejó la Isla me imaginaba medio solo ante el peligro, aunque sé que hay mucha gente que debe trabajar este género de una forma más anónima. Voy a buscar tu blog y te seguiré. Me apunto lo de la birra, aunque entre el trabajo y la familia cuesta encontrar huecos para ir a la capital. De todos modos lo tengo en cuenta. Un saludo.
Lo mejor, como siempre, es pocas veces pasa algo y muchas veces, menos mal, "no pasa nada, de nuevo...".
PD: debemos reconocer que me lo has puesto a "huevo" para realizar publicidad encubierta de mi sitio.
Y tal.
Genial Raúl. Me encantó el giro final. Me ha traído buenos recuerdos de la infancia. Esperemos que ahora que uno es padre potencial sepa tener tan buena mano izquierda como la del relato. 1 abrazo
los pasotas tienen la mano grande
No es el cachete físico el que duele. A un hijo no se le olvida el desprecio, el insulto, la humillación ante terceros. Incluso la indiferencia es más dolorosa que el "pescozón". Buen relato, saludos
Que recuerdos nos traes a algunos, amigo, y precisamente en una figura tan importante en la vida de las personas. La misma mano que me supo enseñar tanto el momento de las obligaciones como el de las devociones, y como dice Sil, permanece aún aunque ya no esté.
Raúl, siempre sorprendente.
Un abrazo
Muy buen final. Buen micro. Saludos.
Iria L.
Publicar un comentario