Casualmente pasaba por allí en el preciso instante en que el terrorista suicida hizo estallar su coche. Un fogonazo sordo de luz ardiente lo llenó todo. Luego sólo quedó el humo, el olor a quemado y los lamentos que se fundían con las alarmas y las sirenas lejanas. Aturdido como un boxeador al borde del KO, traté de incorporarme, pero las fuerzas sólo me dieron para posar la palma de la mano sobre el suelo cubierto de sangre con cristales. Cuando logré descifrar parte del caos que me rodeaba, pude ver a la niña. Aquella simpática mujercita de tres años que paseaba hace veinte segundos con un helado en la mano. Ahora no se mueve. Flota en medio de un charco escarlata. A mí me falta media pierna, pero estoy vivo. Soy europeo y pronto avisarán a mi embajada. Me sacarán del país y recibiré una indemnización de mi gobierno. Quién diría que mi sangre es idéntica a la de la niña mora.
17 agosto 2007
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