La chica cerró la puerta con todas sus fuerzas y, como impulsada por el estruendo, emprendió una desesperada carrera con los pies desnudos. El camisón flotaba como un fantasma en la noche, acompasado por el sonido de los pies sobre el asfalto mojado. Corría sin mirar atrás, pero cuando el miedo y la curiosidad la obligaron a girar el cuello, tropezó. El golpe le levantó, a medias, la uña del dedo gordo. El dolor fue tan intenso que olvidó la cercanía de la muerte. Tras unos segundos de sufrimiento ausente, vio acercarse a la carrera al asesino. Trató de incorporarse, pero volvió a caer. Inmóvil, con la pistola a menos de tres metros, miró al cielo y rogó: “Por favor, no me mates, tú eres el todopoderoso”. El disparo recordó que si Dios no se prodiga en milagros, menos abunda la piedad entre los escritores.
01 agosto 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario