De niño me atemorizaron con los visitantes. Mi madre y mi abuela siempre reservaban un rato para rebuscar entre mis ideas a aquellos enigmáticos seres. La rutina solo se alargaba si a mí se me ocurría rascarme en demasía la sesera. Entonces el escrutinio se volvía aburrido e interminable. De aquellos ratos inmovilizado, estimulado por un incesante masaje capilar, aprendí un axioma cinegético: cuesta menos cazar una liebre que una liendre.
11 noviembre 2011
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2 comentarios:
¿Alguien conoce a los visitantes?
Totalmente, los piojos en la niñez son lo peor...
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