Se quedó sin trabajo, le cerraron todas las puertas y muchos conocidos le retiraron el saludo. Dejó de disfrutar de los escasos privilegios que su puesto anterior le proporcionaba y, en aquella vida nueva, los problemas se multiplicaron. Desaparecieron las caras amables y arreciaron los insultos, los reproches y las descalificaciones. Su familia también notó la caída en desgracia y giró sin control en la misma espiral de acoso cotidiano que consumía al patriarca. Cuando, cabizbajo, preparaba la maleta, pagaba el precio de denunciar la injusticia en esas tierras donde los que mandan dicen en voz alta que ya no quedan caciques.
12 diciembre 2007
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