25 enero 2008

Amable señor

Ese señor siempre me sonríe y me regala caramelos al salir del colegio. Es muy simpático porque siempre me pellizca un cachete y me dice niña guapa. Ayer me regaló una muñeca Bratz, pero dijo que no se lo contara a nadie, que era un secreto. No quiere que nadie sepa que en su casa tiene un sótano lleno de juguetes porque se los pueden robar. Mi hermana mayor no es ladrona, así que le conté que hoy me va a llevar a coger el barco y el avión de los Polly Pocket. No roba pero es medio celosa y puso cara de chincha rabiña. Seguro que fue ella quien se chivó. Al salir de clase el señor me estaba esperando, pero cuando me subí a su coche aparecieron papá, mamá, la chivata y por lo menos diez policías con pistolas. Todo por unos simples Polly Pocket.

19 enero 2008

X1VT

Creí en la sinceridad de tus palabras justas, me convenció tu mirada limpia y sucumbí al aplomo de tus gestos. Tu sonrisa me cautivó, pero fue tu saber estar, tu porte bello de caballero atemporal lo que terminó de entregarme cual esclava. Te di todo. Te seguí durante meses, como una sombra, sin dudar jamás de tus intenciones, sin tolerar jamás una crítica. Te hubiera acompañado por desiertos y montañas lejanas sin preguntar cómo, cuándo, cuánto ni dónde. Pero todo cambió desde aquel día que tanto esperábamos. Te llevaste mi voto y no volví a saber de ti.

16 enero 2008

Nohaymal

Iba por el último párrafo de aquel artículo cuando el periódico salió despedido de sus manos. Su cuerpo se inclinó hacia adelante, empujado sin remedio por la ley de la gravedad, y sus brazos se abrieron desesperados, como alas, buscando asidero. Con el pelo al viento y la expresión asustada perdió, como un futbolista cualquiera, la verticalidad. Milésimas de segundo antes del golpe, cerró los ojos y anticipó el dolor. Aún aturdido por el choque contra las baldosas, sintió el calor de una mano delicada. Avergonzado, elevó la vista y vio la sonrisa de la mujer más hermosa de la ciudad. En el suelo, sucio y ridículo, celebró su suerte y la invitó a un café.

04 enero 2008

Suerte

No puede ser, piensa mientras remira el billete supuestamente premiado. El seis, el cuatro, el seis, el seis y el seis. Sesenta y cuatro mil seiscientos sesenta y seis. Podría ser rico, o no; podría salir brindando en la tele, o no. El número impreso es, pero internet y el teletexto podrían equivocarse. No quiere saltar ni exteriorizar una alegría que podría no tener sentido. Sólo mira y remira el décimo. Mira y remira la pantalla. No se lo cree, pero su suerte ha cambiado. Es el mismo número y es el primer premio: le ha tocado. Cuando se convence de su fortuna, abre la puerta de casa eufórico y sale sin mirar. El camionero sólo escucha un golpe seco y ve un décimo volar.