Un marido con gorra, galones y petate fuma asomado a la cubierta. Un barco a escasos cien metros del puerto. Una mujer sonríe aferrada a la mano de un niño feliz. Una sirena ensordece. Una mano se balancea. Otra mano repite el gesto. No hay tristeza, solo felicidad en el muelle. Todo es y parece perfecto. La madre y el hijo se abrazan con alivio mientras el padre se hace cada vez más pequeño en el horizonte.
27 enero 2012
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8 comentarios:
Como suele decirse: mejor perderlos que encontrarlos.
Muy buen micro.
¡Un saludo!
Cuánta tristeza en esta historia.
Un abrazo.
sí, a veces es mejor que se vayan.
Bien contado.
Las dulces despedidas a veces son eso...ricass!!!
Saluditos de la chica sin barcos.
Tus relatos tienen magia, este por ejemplo me lo hacía exacto al revés.
Claro, Sergio y Beatriz, a algunos mejor perderlos de vista...
Hay alegrías tristes, Pedro, pero alegrías al fin.
Despedidas que saben a gloria, Isabel. Alivios. Como cuando ese visitante pesado nunca decide que ya es lo suficientemente tarde para marcharse.
Gracias, Dav, por el elogio. Intento crear historias con magia, aunque no siempre es posible.
El título se entiende perfectamente cuando llegas al final, y le queda que ni pintado. Un soldado que se va a la guerra, llevándose la otra guerra con él, dejando a su familia en paz y con la paz. Muy bueno.
Saludos.
muy buen micro. Felicitaciones
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