Al saltar del avión sólo podías pensar en las cuatro normas básicas que te dictó tu instructor. Tardaste varios segundos en empezar a disfrutar, en serio, de tu primer vuelo libre. Cayendo a diez metros por segundo recordaste a los pájaros que envidiabas de chico, y los viste perderse en la inmensidad azul de aquel cielo móvil. Disfrutabas con la cara tensa y repleta de pliegues que el aire marcaba; con los brazos y las piernas formando una gran equis; con la inmensidad de la tierra corriendo a tu encuentro. Tanto disfrutabas que olvidaste la cuarta norma, la relativa al paracaídas de emergencia. Como nada se abrió sobre tu cabeza, cerraste los ojos y te recreaste en el resto de tu vida. Diez segundos dan para mucho.
02 febrero 2008
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