Jamás pensé que escucharía tu nombre en una mala noticia, que te leería como protagonista de las páginas de sucesos o que tu sonrisa repetida en todos los medios no causaría más que lágrimas. Todo cambió un domingo de lluvia, en el día de descanso del dios de los cristianos, después de una jornada de amistad y cariño, ya a las puertas de tu casa. Todo cambió en un segundo sobre el asfalto mojado. Allí se marcó un punto final injusto que no siembra más que pena. Te marchaste sin darle tiempo a la gente que, desde tu afortunado círculo vital o desde la lejanía más cercana, te apreciaba y admiraba por seguir siendo siempre el mismo tipo amable, sonriente, cercano, inteligente y modesto, aunque triunfador. Te marchaste de repente, sin darme tiempo de decirte que siempre serás un ejemplo para quienes creemos que la humildad es el más preciado valor de los pocos que, como tú, pudieron permitirse el lujo de haber sido soberbios.
PD: En días así, ojalá todo fueran cuentos.