20 julio 2007

Ojalá

Me distraigo viendo la lámpara mecerse levemente. A ratos me observo las manos, con sus cinco dedos, les doy vueltas con dificultad y las miro en silencio, desde la palma hasta el envés. La gente que me quiere me alimenta varias veces al día: leche, agüitas calientes, papillas, compotas y purés. No me gusta tanto, pero también me bañan, me echan colonia y me tienen siempre peinadito. Los pañales me los cambian unas cuantas veces al día y casi nunca se olvidan de ponerme la crema contra las rozaduras. Están todo el día pendientes de mí. Yo no hago prácticamente nada más que dormir, comer, oír, mirar y jugar con mis manos bobas. Ojalá pudiera expresar cuánto les quiero, más allá de las miradas tiernas o de esos abrazos torpes que intento darles cuando se acercan. Ojalá los años fuesen semanas. Ojalá tuviera tiempo para aprender a hablar de nuevo. Ojalá fuera un bebé y no sólo lo pareciera.

13 julio 2007

Soñabas

Las luces de la autopista se pierden a toda velocidad por el rabillo de tus ojos. El coche avanza impasible rodeado de carriles vacíos, sin más compañía ocasional que los faros cegadores de los escasos vehículos que nadan contra corriente más allá de la mediana. La monotonía del trayecto suena como una nana, mientras tus párpados luchan para no abrazarse en medio de la noche. Nada cambia hasta que un perro cruza la autopista y tú giras instintivamente el volante. Lo siguiente es el mundo dando vueltas. Cuando abres los ojos, te das cuenta de que soñabas y de que el coche lleva un minuto y medio consumiendo a solas varios kilómetros de recta. Has tenido suerte. Para cuando tus ojos se vuelven a cerrar, ya has tirado fuerte de la manta y estás acurrucado contra un cuerpo caliente. Ya no volverás a separar los párpados. Ibas a 100 kilómetros por hora y, mala suerte, soñabas otra vez.

05 julio 2007

Cruzados

Las rodillas han dibujado una depresión sobre la gran alfombra donde un mar de túnicas blancas se mece ante mis ojos. Todos están orando en una misma dirección, con idéntica fe y con los mismos pies descalzos. Imbuido por la liturgia de la oración y cegado por una avalancha divina que me sepulta, imagino un futuro mejor para los míos. Las rodillas clavadas sobre la tela me unen a una tierra infecta de infieles. Cuando esta cabeza se acerca al suelo con cada flexión del tronco, puedo oler el mal que me rodea más allá de los muros de este edificio sagrado. En un momento de pausa y reflexión, me acaricio la barba y añoro la muerte. Nada ha cambiado en los últimos 912 años. En Europa debe haber alguien que ahora esté afilando su espada.