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El señor del traje y el puro se bajó del Audi acompañado por otros dos individuos de chaqueta y gafas negras. Me dio una bofetada, me pidió más austeridad y se llevó el cartel de “No tengo trabajo, sino hambre” y la lata con las monedas. No pude apuntar la matrícula, pero su cara me suena.
Tiembla la tierra, se abomba, se agrieta, se rompe y surge la lava. El ruido, el calor, el olor y la ceniza alarman a la gente. Sin embargo, yo me quedo ahora tranquilo. Pese a nuestros denodados esfuerzos, el planeta sigue con vida.
Nada se asoma por el horizonte. Se ve todo cada vez más negro y más pequeño. Se acaba el infinito presente. Alguien ha pulsado el interruptor y hasta aquí hemos llegado. No veo túnel, ni mano, ni luz. Simplemente me quedo en nada.
La evolución de las especies pagó también el peaje del progreso. La selección se desnaturalizó definitivamente y el mundo ahora está habitado a partes desiguales por miles de millones de tíos Tom y unos cuantos tíos Gilito.