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Jugaba en la plaza en obras que construía el ayuntamiento enfrente de casa. El reloj rondaba las tres de la tarde cuando sus amiguitos la perdieron de vista. Sus hermanos y su padre la buscaron por el barrio
hasta que, a las once de la noche, avisamos a la policía. El país se llenó de carteles con su foto de estudio y, durante varios meses, su nombre se repitió sin cesar en todos los medios de comunicación. Han pasado diez años y la investigación se paró hace ocho. El eco de su nombre se apaga en la lejanía, aunque en el pueblo pocos olvidan a mi niña de los moños rubios. El ayuntamiento le ha rendido un homenaje en forma de monolito. Como madre, he pedido que lo ubiquen en la plaza, ya terminada, donde la vi por última vez. Justo en la zona ajardinada donde tuve que enterrarla.
Llanto, familia, amigos, globos, flores, risas, brindis, pañales, azul, rosa, cuna.
Anillos, flores, llanto, risas, familia, amigos, brindis, blanco, oro, puros, cama.Llanto, familia, amigos, pañuelos, flores, abrazos, penas, gris, negro, caja.
Cuna, cama, caja. Llanto, risas, llanto.
Todos te saludan por la calle y te llaman por tu nombre de pila como si fueras de su familia. Los niños, las mujeres y los viejos te sonríen ilusionados como quién ha visto a una estrella terrenal. En los bares, siempre alguien te ha pagado ya la consumición cuando pides la cu
enta. En las tiendas, los dueños te reservan su mejor descuento. Tus vecinos te adoran y sabes que pondrían la mano en las brasas por ti. Cada cuatro años te votan en masa, pero día a día te revalidan y te empujan con mil palmadas en la espalda que suenan como aplausos. Eres el político más popular y valorado. Y sólo tú sabes que, además, eres un corrupto.
La policía busca un espía en el pueblo. El ladrido de los perros y el mugido de las vacas otorgan falsa normalidad a una mañana histórica para esta aldea de 25 habitantes, cuya población se ha duplicado por la presencia de innegables agentes de paisano. Esos portadores de todo un muestrario de gafas de sol registran la casa del vecino cincuentón que cambió la ciudad por el campo hace tres años. El domicilio del emergente apicultor que, según sus escasas confesiones de bar, vivía bien de una pensión pública. Era reservado, amable y educado. Jamás habló de su pasado, pero todos, desde la panadera hasta el alcalde pedáneo, sabíamos que pasaba información a servicios secretos extranjeros. Creyó que Madriguera era un escondite perfecto, pero olvidó que en los pueblos pequeños nos conocemos todos. Evidentemente, seremos discretos: a los medios de comunicación y a la policía les diremos que no salimos de nuestro asombro.
Nelson “El zurdo” llega siempre de madrugada a su casa de chapa, plástico y madera. Bajo el marco de la puerta hace la señal de la cruz y besa su escapulario de Nu
estra Señora de la Candelaria. Se lava las manos, se cambia de ropa, sintoniza bajito Radio Caracol y se sienta junto a la cuna de su hijo. Extiende el dedo índice de la mano izquierda y lo coloca junto a la manita del bebé. Cada noche desde su nacimiento, el pequeño Nelson se aferra al dedo que aprieta el gatillo. Al dedo paterno que, aunque aún no lo sepa, siembra muerte por encargo para darle de comer. Es natural de Medellín. Es natural en Medellín.
Cuando el terremoto sacudió los pies de Yungay, los fieles rezaban en la iglesia. Con cada temblor de la tierra, crecía también la magnitud de las oraciones que pedían clemencia divina. Al cesar los vaive
nes del piso, algunos salieron a comprobar los efectos del desastre, mientras los más creyentes seguían rogando piedad a su dios omnipotente. A varios kilómetros de allí, en la cumbre del Huascarán, una inmensa masa de rocas, barro y nieve inició un galope mortal. Tres minutos después, la avalancha que vino del Valle de Ranrahirca sepultó por completo la ciudad de Yungay, demostrando que la fe no detiene montañas.