23 abril 2007

Relatividad

Apostado junto al muro, con la pistola abrazada al pecho, sentía su respiración como un estruendo en mitad de la noche callada. Miró entre el seto del jardín y vio la luz de la sala encendida. Un sofá de cuero, estanterías con algunos libros y mucho elemento decorativo, una mesa étnica, un adelantado reloj de pared que marcaba las 2:00 cuando se vivía a la una menos cuarto, un jarrón chino o japonés y varios cuadros de diseño malo. Una sombra se movió. Era la de su culpable. Huido desde hacía meses. Esquivo, orgulloso y sin arrepentimiento. Desde afuera quería hacer bien su trabajo, asegurar el éxito y volver ante sus jefes con la cabeza bien alta. No había tiempo de esperar a los demás, no podía dar otra oportunidad de fuga. Pronto estaba de pie en el jardín, mirando el ventanal, inmóvil cuando su culpable fijó la mirada en el exterior oscuro. No podía fallar y disparó, precipitadamente, cuatro tiros a través del cristal. Al final, con el muerto en el nicho, le dijeron que había hecho un buen trabajo. Contundente y algo excesivo, pero bueno al fin. Relativamente bueno. Lástima que en el jardín hubiera un sicario y en la sala de estar muriera un testigo protegido.

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